miércoles, 10 de febrero de 2021

Liberación a través del amor

 

Cuando comprendemos que el “poner la otra mejilla” no tiene nada que ver con humillarse ante el agresor comenzamos a participar de un estado de paz plena.



Intro

A mis casi cincuenta y cinco años me he enfrentado a algunos retos que son, en esencia, humanos. Utilizo la palabra algunos porque he vivido una existencia privilegiada. No olvido lo afortunada que soy al haber nacido en un hogar en donde el amor y la cobija nunca faltaron. Mis padres aún viven y eso es algo que muchos han perdido hace ya tiempo.

Aun así me atrevo a poner en palabras mis experiencias de crecimiento personal durante los pasados treinta y cinco años. Me motiva compartir una reflexión a la cual he llegado luego de atravesar algunos retos que son menores en comparación con los que la mayoría de los habitantes del planeta Tierra atraviesan día a día.

Es que el sentirme liberada me da tanta dicha que no puedo quedármelo. Mientras escribo escucho mi voz interior ceceando las zetas, como muchos en España. Mañana tal vez notaré un acento argentino o mexicano. Es que nací en Venezuela y hace casi treinta años que salí de allá. 

Mi terruño solo existe en mi memoria, lo cual es una conclusión a la que llegué hace ya mucho tiempo. Recuerdo haberla escuchado a emigrantes españoles que habían llegado a Venezuela en los años setenta, huyendo de la pobreza, a construir una vida próspera y en paz relativa a lo que ellos habían dejado atrás. Sus hijos tal vez habían nacido allí y, aun así, no eran considerados venezolanos ni para cuando esos niños ya habían alcanzado la edad adulta. Una amiga española de mi madre le decía: “voy a España y ya no soy española, vengo acá y tampoco soy venezolana. Aquí siempre seré española y allá ya no lo soy”. Es la realidad del emigrante.

Sano escribiendo

Hace tiempo que no escribía en mi lengua materna. Y es que yo comencé a escribir ya de grande. Ser madre de dos pre-adolescentes me llevó a escribir mi primer libro, en inglés. Eso fue hace ya casi siete años, y como siete es un número mágico, pues ahora sí me siento con derecho a escribir. 

No soy erudita de las letras ni pretendo serlo, mucho menos de la filosofía ni de la historia. Me hubiera gustado aprender más en esas áreas, pero ni siquiera me motivaba la lectura de los grandes clásicos. 
Yo crecí en los setenta, en donde el primer libro que leí por decisión propia fue La Ciudad y Los Perros, de Mario Vargas Llosa, a principios de los ochenta.

Recuerdo que lo encontré en la repisa de mi prima, una de mis hermanas de infancia, de las pocas constantes en mi vida. Mirando un poco en retrospectiva, creo que estaba saturada de lo tanto que leía para memorizar y rendir óptimamente en un sistema educativo que era bastante cuadrado.

Terminé siendo "todera" o "to'era", como diría mi madre. No digo "como dicen en mi tierra" porque tengo varias de esas. Tengo el terruño natal, el de la primera infancia, con incursiones al extranjero, que de eso solo el recuerdo queda. Luego sigue el mundo entero, al cual siempre sentí acceso, aún cuando no se hacía de manera virtual como hoy en día. 

Y llegué en mi vida adulta a esta tierra en la que hoy vivo y, desde la cual, me he lanzado como escritora auto-publicada.

Como buena ariana, no tengo paciencia para esperar dos años a que alguna editorial me publique un libro. Y estoy consciente de que eso requiere por lo menos tres años de trámites, luego de los siete años que llevo escribiendo, para que pueda cristalizarse.

Publiqué mi primera novela autobiográfica como una consecuencia de haberme encontrado frente a frente con mi impermanencia. Quise relatar el final de mi propia vida y dejar constancia de mi proveniencia. Temía que mis hijos crecieran en "su" tierra sin saber nada de la mía, así que relaté una oda a mis buenos recuerdos. Fui compasiva, aunque no parezca a algunos. Descubrí que escribir sana y que, en el proceso, desenterré emociones que no sabía que llevaba por dentro. Y sané. 

Luego utilicé esta herramienta para escribir finales felices a historias de amigas queridas, a quienes veía sufriendo. Cada cuento inverosímil, cada decepción que me impresionaba a medida que atravesaba los retos de mi segunda edad, fue inspiración para completar la historia de manera piadosa con el final más feliz posible. A cada divorciada le asigné su príncipe azul. Cada soledad fue llenada con la plenituda que da la sabiduría de conectarse con las fuerzas que nos rodean, las que vibran a nuestra frecuencia particular. Así nació la serie Mejor Sola.

Creía que sólo el mar o los pájaros podían resonar conmigo, y descubrí que había otras personas que disfrutaban de los temas. Comencé a creer en mí como un simple humano mortal con derecho a escribir, a publicar y ser ignorado por unos y disfrutado por otros. 

A cada persona que se toma el tiempo de leer y comentar, le digo que eso es lo que mantiene al escritor activo. Por más que digamos que escribir libera, el efecto sanador se multiplica con cada palabra de solidaridad por el solo hecho de escribir, independientemente del contenido. 

¿Qué es esto de liberación a través del amor?

Es un tema que quiero desarrollar en varias entregas, comenzando con esta. Hace poco sentí una elevación que nunca antes había experimentado. Es esa clase de vivencia que te ofrece el comprender el sentido de una frase tan trillada como "el amor todo lo puede" o "no hay felicidad sin perdón".

Te quiero hablar del derecho a sentir dolor por cualquier cosa que tú elijas, sin aflicciones por prejuicios o jerarquías de situaciones por las cuales vale o no vale la pena sentir tristeza o frustración. El duelo por la pérdida de algo no vital es algo mal visto por muchos que se empeñan en enfocarse en las necesidades de la mayoría lejana. 

La vida vista como un todo no es justa o injusta, es sólo diferente para cada quien. Además de las categorías impuestas por los sistemas de clases, modales, inclinaciones artísticas, profesionales o incluso sexuales, nacemos con secretos heredados que causan en nosotros percepciones únicas a ciertas situaciones. 

Quiero escribir para otros que se consideran afortunados con lo que tienen o han tenido y que desean aprovechar lo que les queda de vida de la manera más feliz posible. La toxicidad del reconcomio nos puede envenenar la existencia y todos estamos expuestos a que otros nos agredan de miles de formas distintas. Nuestros cuerpos reaccionan de manera parecida a cualquier tipo de agresión.

Somos seres neuroquímicos con frecuencias invisibles de pensamientos y sentimientos. Tenemos setenta mil pensamientos al día de los cuales no nos damos cuenta. La mayoría están relacionados con posibles peligros, es decir, con cómo las cosas pueden salir mal. Es un mecanismo heredado de nuestros ancestros que sobrevivieron por precavidos. Y en nuestro mundo de hoy, en el que la tecnología nos ha resuelto la mayoría de los peligros ancestrales, seguimos con la misma dinámica de visualizaciones angustiantes en la cabeza.

Así que es a esta trilogía de mente-cuerpo-espíritu que se ha puesto tan de moda en los más recientes veinte años, a la que debemos prestar atención. No hay salud física y mental si descuidamos alguna de las tres áreas. 

Volviendo a las diferencias en el mundo, y las injusticias, haz lo que puedas con lo que tienes y luego enfócate en ti. Si tu estás bien, si te amas, puedes ofrecer lo mejor de ti a los que te rodean. Ellos recibirán tu amor y comenzarás tu a sentirlo también. 

Amarse a sí mismo

¿Es egoismo amarse a sí mismo? No, no, no y no. Mientras más nutras a tu niño interior y más te aceptes y te cuides, más tienes para dar. 

Quien se olvida de sí mismo para complacer, es un inválido emocional. Cuídate mucho y luego, cuídate un poco más. Verás cómo comienzas a ser mejor companía para tí mismo y para los demás. 

Seguimos.

 

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